Si la historia de la Humanidad
hasta hoy
durara las veinticuatro horas de un día,
habríamos descubierto la agricultura a las once y media de la noche.
Haría solo un minuto
que la electricidad agujerea el manto oscuro
que puntean la Luna y las estrellas.

Precisamente por eso,
cuando sientes miedo, tu sangre va a tus piernas
en vez de a tu cerebro:
estuvimos veintitrés horas corriendo
cuando el peligro, real,
eran fieras.

Precisamente por eso
es una horca en el centro del estómago
cualquier rechazo:
solo dentro de la tribu
dejábamos fuera a la muerte.

Hace quinientos treinta mil años,
en la primera hora del día humano,
una mujer parió una bebé
con craneosinostosis:
el cráneo y la cara deformes;
no debió de poder andar
ni hablar
ni ser
útil.