La pregunta
no es si oyes
voces
(todes oímos voces).

La pregunta es cuánto silencio
hay entre las voces.
La pregunta es si están cómodas
dentro de tu cuerpo;
si conseguiste entrevistarlas a todas
mientras el resto guardaban silencio.

La pregunta es si las voces están sentadas
en sillas cómodas, dignas,
de Parlamento.
La pregunta es si saben encender y apagar el micrófono
y si todas tienen micrófono.
¿Hay suficientes cojines
para que no se hundan en sus sillas
las voces pequeñitas?
¿Qué voces cuentan
fake news sobre ti misma,
lxs demás
o el mundo?

Intento fallido de ser piedra:
yo también externalicé los servicios
de seguridad y de control
de mi Parlamento interno.
Pero reventaron mis cárceles
de presos políticos.
El cerebro no es un Gran Hermano del cuerpo.
Hay derecho a escucharnos dentro.
(Y por suerte ha habido un Santiago Carrillo
para cada uno
de mis Tejeros.)